miércoles, 29 de diciembre de 2010

De días y ciclos


El lunes sin duda es una batalla,
el martes, tenue, cobija una promesa,
tiene el miércoles olor de ropa sucia
riega el jueves flores bajo el viernes
y viernes no suelo dejar títere con cabeza.
El sábado recompongo, ordeno y limpio
salgo a ponerme y sucio de ripios
vuelvo, como a veces, solo a casa.
Ya es domingo, silencio en la playa,
medir el aire entre los brazos,
dejar hacer al tiempo
y dejar que las palabras
me conduzcan a otro lunes conocido
con conocidas simples batallas
y a un martes de nuevas e incumplidas promesas.

sábado, 18 de diciembre de 2010

De decálogos


1.       La empatía puede ser un regalo o un castigo.

2.       El destino es una excusa que solemos inventar para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestras decisiones.

3.       Planear las cosas es ignorar deliberadamente y con descaro la indiscutible presencia del azar y la aleatoriedad.

4.       Cuanto más sabes, eres aun más consciente de la torpeza de tu desconocimiento.

5.       Cuando lo aprendamos todo, solo nos quedará dormir.

6.       La auto convicción es la droga más dañina, con permiso de la autocompasión.

7.       Los recuerdos son tan maleables como la verdad, especialmente si estas borracho.

8.       Si dices: “Mañana dejo de…” Créeme, no lo dejarás.

9.       Saber que te echan de menos es tan triste como placentero.

10.   Una hogar puede ser un bastión de resistencia contra el hostil mundo o una jaula.

martes, 14 de diciembre de 2010

DE ACCIÓN Y CANCIONES

                                                                                          Por culpa de Quique.

Cada canción era mejor que la anterior. Cada roto de voz o cada silencio acompañaban irremisiblemente al rechinar de mi piel contra sus uñas. De mi barbilla y su cuello. Cada suelto verso inoculaba nuestra lujuria a manos llenas. No podíamos dejar de amarnos porque era el momento y Quique acompañaba. Cada esperanza de improvisación en las notas nos hacía más libres, más plenos. No te llevaste la luna debajo del brazo, era de día. No te empapaste del salitre que me marcó para siempre, estábamos en el centro de la península. Pero sin duda guardaste un trozo de mi único. Hiciste de mí un viento sin ciudad al que no le inquietan los relojes.

Pero de repente se detiene el mundo. El maltrecho baño portátil que nos cobija deja de agitarse. Mudas el rostro. Tan ecuánime como fría sentencias como quien dicta un poema:
-          - No podemos perdernos esta canción.-

Te veo desaparecer entre el público. Suena “Polvo en el aire”, como no podía ser de otra manera.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

De las ganas de escribir sin pluma


Siempre he tenido cierto apego a los objetos físicos y espero que no me malentiendan, no me considero para nada un individuo materialista. Uno de los ejemplos de mi “pseudo-síndrome de Diogenes” es la obscena cantidad de cuadernos que atesoro desde aproximadamente los quince años. Me resulta imposible desprenderme de ese rosario de papel y palabras, tan solo palabras, que dejé narrando mis primeras verdades, victorias y batallas. Mis primeras ganas de ganar y sus consecutivas primerizas derrotas. Es en cada uno de esos versos inexpertos donde reside aquel que hace años fui pero que hoy me resulta tan extraño, tan lejano, tan completo.  Por todo ello y alguna que otra cosa más no es el valor material, sino afectivo,  lo que me mueve a no tirar casi nada. Tampoco he podido tirara a la basura las fotos. Ni el cuadro que recuerda lo innombrable. El caso es que hoy me he parado a pensar en mi recurrente costumbre de darle un valor sentimental o una futura utilidad a cualquier objeto inanimado  mientras luchaba con mi ordenador portátil. 
Mi pobre portátil que ha sido testigo de innumerables noches de insomnio. El mismo que ha transcrito poemas de los que hoy puedo avergonzarme pero jamás negare. Con su inquietante y desesperante inoperancia, su Windows vista, su reglamentario minuto para abrir una carpeta cualquiera, con sus reiterantes pitidos anunciando el estertor final, sus cosas. Los restos de tabaco y sustancias aun por determinar  bajo sus teclas me obligan a aporrearlas, especialmente la letra h y la barra de espacio. Desespera a mis amigos y visitas pero viste de música mi casa. Me deja tirado en los momentos más indeseables pero me brinda algo de entretenimiento eventual con películas, libros y más de un descubrimiento musical. No sé, me niego a desprenderme de él. Incluso he pensado en comprar otro que me preste algo más de celeridad y me ahorre algo de tiempo pero acto seguido caigo en la cuenta que inevitablemente acabaré dejando de usarlo y aunque parezca absurdo, e incluso masoquista, me gusta mi ordenador. Me encanta que sea todoterreno, poder cogerlo de cualquier manera, arriesgarme a rodearlo de vasos continentes de líquidos cada cual más corrosivo y pringoso que el anterior. Pasa por un mal momento y no se merece ser licenciado con deshonores. Por todo ello voy a escribir un poco más sobre este Word impertinente que guarda lo que quiere. Voy a escuchar ese disco que descubrí hace un par de días. Voy a curiosear la vida de aquellos a los que, si viera por la calle, seguramente no saludaría. En conclusión, mis cosas son mías, mi tiempo es mío. Ahora solo tengo que saber como emplearlo. El corte inglés, a inicios de Noviembre, ya ha anunciado taxativamente que es navidad, al menos para ellos. Tengo que bajar a comprar tabaco. Puede que los reyes magos traigan un nuevo ordenador, todo depende de mis impulsos de aquí a un par de meses sin embargo creo que mi ordenador portátil actual podría ser una máquina de escribir perfecta, de lujo, clásica e innovadora. Una máquina de escribir con clase, adaptada al futuro.

domingo, 5 de diciembre de 2010

De desconocidos y madrugadas


Él intenta abrir la puerta con una torpeza indescriptible. La luz del portal, obedeciendo a su acostumbrada puntualidad, podría decirse que británica, lo abandona en medio de la ltitanica batalla con la cerradura. Él suspira y en el trayecto titubeante de su mano derecha hacia el interruptor lo detiene otra mano, que no su mano izquierda, con dulzura. Ni un sonido, ni una palabra. Tan solo silencio. Ella, tan ebria como Él, le invita a probar la hazaña a oscuras. Mitad nervioso, ya que por primera vez en meses no vuelve solo a casa, mitad aterrado se dispone a salvar la barrera física que supone la puerta de casa. Ella aguarda en silencio, mirando las deportivas de Él, apoyada junto al quicio de la puerta, como si lo hubiera hecho miles de veces, aunque él no pueda verlo porque la oscuridad lo envuelve todo. Tras seis minutos que para Él fueron seis años la puerta cede a sus súplicas. “Una frontera menos”, piensa Él. Aun no sabemos lo que piensa Ella.

Él sirve una copa. Ella acaricia con los ojos los estantes repletos de libros y fotografías. Él, agobiado, se interroga sobre cuál será el primer libro sobre el que le pregunte. Ella no pregunta sobre ninguno; sin embargo sonríe en tramos determinados de su caminar visual por la librería. Más bien era una estantería pero a Él le gustaba llamarlo así. Librería. Ella acepta su copa y lo toma de la mano. Lo besa suavemente en el punto exacto donde comienzan los labios.

-          -Cuéntame algo de ti- dice Ella.
-         - Te he traído a mi casa ¿no te parece suficiente como declaración de intenciones? Yo no sé nada de ti y tú  fácilmente puedes sacar una idea, aunque sea equivocada, de mí. ¿Quién eres?
       - Yo he preguntado primero. Pero ya que insistes y dado que te he abordado esta noche y no te permitido ni tan siquiera el lujo de conocer mi nombre te contaré algo de mí. Pero no vas a saber cómo me llamo.
-          - Eso es básico- Exclama contrariado Él.
-          - El nombre no es más que una etiqueta. Tampoco podrás llamarme mañana pues aunque no lo creas no tengo teléfono móvil. Respondiendo a tu pregunta: Sé que tienes algo diferente, algo que no he conocido y que puede enriquecerme de algún modo. Me gustaste y por eso te he convencido para venir a tu casa sin ni tan siquiera haberte besado.
-          - Tan enigmático como triste- asume Él.

Ella se acerca y Él, con la vista fijada en una de las fotos que decoran el salón, la recibe como quien abre un regalo. “¿quien eres?” piensa Él. “soy yo” susurra Ella “la que está aquí, ahora”. Exactamente cinco minutos y cinco segundos después se encuentran en el dormitorio. Hiriéndose con los ojos. Ella se desnuda o más bien termina de desnudarse. Él dispensa caricias y gemidos. Ella se deja hacer. Él repite los ritos conocidos y, al fin ellos, dejan pasar la noche entre sudor, agujetas en las pestañas y duchas de medianoche. Sin darse cuenta  se les hace de día. Él se anima a mostrarle a Ella algo realmente profundo de Él y leerle un poema. Justo en ese momento ambos se adentran en un sueño tranquilo y reparador.

Él despierta con resaca pero con una estúpida sonrisa mordiéndole la cara. “Esta noche, mejor decir esta mañana, no ha habido pesadillas”. Mecánicamente mira qué hora es en su teléfono móvil. Las cuatro de la tarde. Busca la espalda de Ella para guarecer su pecho pero recibe vacío. Sin embargo se da cuenta que el bloc de notas que tiene en la mesilla de noche está abierto por la mitad  con una hoja arrancada apresuradamente, como si quién la hubiera desgajado del cuaderno no quisiera hacer ruido pero tuviera demasiada prisa. Cinco horas y cincuenta minutos después Él recibe una llamada. Comprueba que quien le llama se identifica como “número privado”. Descuelga pero no habla. Habla Ella.
-         
          - Parece que el bar de ayer tenía buena música. Esta noche creo que cambiaré de principios y repetiré-

Ella cuelga. Él sonríe, lo sabía. Se despereza y salta de la cama para arreglarse. Come algo, cambia las sábanas, recorta su barba, se acerca al armario. Compra una botella de ron en el chino de la plaza a un precio abusivo. Está listo. Coge el coche y pone la misma canción que hace cinco semanas y seis días sonaba en el bar cuando Ella se acercó, sin Él apenas notarlo, tomó una de sus muñecas (las de Él) y le dijo: “No me conoces y no me conocerás pero esta noche me llevarás a tu casa, posiblemente me harás el amor o follaremos, intentarás indagar sobre mí, me harás preguntas pero no responderé.  Solo quiero que sepas que mañana no estaré aquí, ni pasado porque puede que ni tan siquiera esté ahora”

-          Al menos en eso no ha cumplido- masculla Él contrariado intentando elegir una camisa.

domingo, 28 de noviembre de 2010

DE AUTOBUSES MATINALES DE NOVIEMBRE


8.15 El autobús inicia la protocolaria ruta prácticamente vacio. La chica del pelo violeta mira al hombre mayor de las gafas de sol sentado a su lado. El ejecutivo trajeado de gusto discutible habla por el móvil pausadamente, casi en voz baja. Las dos señoras cercadas de bolsas con verduras y pescado comentan la última desventura de una tercera señora que no se encuentra presente,y resulta inconfundible el deje de alegría por la desgracia ajena cuando una de ella recita mecánicamente y en repetidas ocasiones “pobrecita, ella”. La pareja de adolescentes sentados al fondo del autobús, linda ella y triste él, repasan una revista interesada Ella, desmotivado Él. A dos asientos de distancia, justo en la esquina del autobús, el anciano que escucha la radio y manosea la cartilla de su caja de ahorros los mira como quien observa un cuadro, con familiaridad y fascinación. La joven madre de la camiseta ajustada intenta imponer disciplina entre su prole. La atractiva joven que debe de rondar la treintena y que además es pelirroja lee absorta un cuaderno de notas sentada en los primeros asientos. El conductor, con unas ojeras que dan cansancio, cobra mecánicamente el billete.

8.30 Los adolescentes ríen copiosamente, siempre al fondo. El anciano que escucha la radio y que ya ha guardado su cartilla se traslada varias filas adelante. La chica del pelo violeta muerde su labio inferior y desciende su ceja izquierda, también violeta. El hombre de las gafas oscuras mira sin ser visto. La joven pelirroja de los primeros asientos, absorta en su cuaderno, no sabe que la miran. Mucho menos que la observan. La joven madre ha logrado sentar y mantener en silencio a sus tres cachorros que ahora se entretienen en pellizcarse mutuamente. Las dos señoras, que sin duda provienen del mercado para conseguir las mejores materias primas para sus respectivos maridos y la consecuente progenie, pasan revista al vecino de una de ellas “tan joven, tan guapo…y todo el día fumando porros” “¡que desgracia! Y lo qué estará sufriendo su madre” replica la señora que no es vecina del aludido. El ejecutivo de desconcertante atuendo increpa a gritos a su interlocutor del otro lado de la línea telefónica. El conductor piensa que aun a pesar de estar borracho conduce responsablemente.

8.55 El anciano deja de escuchar la radio y vuelve a sacar la cartilla de ahorros para abrirla y consultarla cuatro veces seguidas. La joven pelirroja desvía por un segundo la mirada de su garabateado cuaderno. El hombre de las gafas oscuras parece advertir una lágrima cerca de su labio superior, se enternece. La joven pelirroja descubre que la miran y le disgusta. Lanza de inmediato una mirada acusadora al hombre de las gafas negras que retira acto seguido su mano del muslo de la joven de la chica del pelo violeta. La chica del pelo violeta sabe que será el último día que vea al hombre de las gafas negras “ha estado bien acostarse varias veces con un hombre mayor” piensa. Deja en el aire un suspiro carente de nostalgia que tan solo oye el adolescente sentado al fondo. El ejecutivo, arreglado y desaliñado al mismo tiempo, saca una carpeta marrón y repasa ansiosamente decenas de folios. El conductor piensa en sus dos hijos al ver por el espejo retrovisor a los dos adolescentes sentados al fondo. Ellos, ajenos al control paternal del chofer, mitigan su cansancio cotidiano apoyando la frente de ella en el cuello de él. Él no cesa de mirar a la chica del pelo violeta, tan sencilla ella. Penúltima parada.

9.15  Al fondo hay sitio y la pareja de adolescentes adolecen de lascivia matutina, ella apasionadamente y él sin dejar de pensar en cómo abordar a la chica del pelo violeta, otro día por supuesto. El hombre de las gafas oscuras los mira sin ser visto mientras la chica del pelo violeta y mochila entre las piernas mira por la ventana al joven universitario que acaba de entrar al autobús. El joven universitario, tras pararse unos segundos en el centro del vehículo, se sienta al lado de la chica pelirroja de los primeros asientos. La chica pelirroja sonríe quedamente y toma su dedo meñique entre sus manos acariciándolo con ternura. El hombre mayor, que ha vuelto a poner en funcionamiento su radio, se percata que otra vez se ha saltado su parada. El conductor piensa en su mujer, sus hijos y su amante. Última parada. Varios caminos y un mismo destino para los ocupantes. “Tomaré una última copa antes de volver a casa” piensa el conductor mientras sonríe.

martes, 23 de noviembre de 2010

DE NUEVOS CAMINOS A CASA



Las nuevas rutinas me han brindado nuevos hábitos. No sé si mejores para el alma o para el cuerpo. Ignoro si a la larga esta inédita perspectiva de mí alrededor me proporcionará consuelo. El caso es que he descubierto cosas de mi mismo que hasta hace unos meses ignoraba, tal vez deliberadamente. He descubierto que me gusta asomarme al balcón y fantasear con las rutinas de la gente que espera, paciente, el autobús que impuntualmente se detiene en la puerta de casa. Que la verdura además de ser beneficiosa para mi maltratado organismo, siempre por decisión propia, es deliciosa y puede ser cocinada de infinidad de maneras. Que tanto el cariño como el desprecio se ocultan en los soportales de esta ciudad que después de casi veinticinco años no consigo hacer mía. Que aun a pesar de ser un completo desastre mucha gente me considera un modelo con lo cual he comprobado que mi disfraz es mejor de lo que imaginaba.
 He vuelto a leer mientras paseo, costumbre esta que tenía abandonada en el olvido desde hace un par de años, y además me he sorprendido ante el encanto que tiene hacerlo al anochecer. Leer bajo la luz de los semáforos, al amparo de las farolas titineantes de camino a casa, sin pararme excepto en los pasos de cebra (y solamente por una cuestión de básico civismo). Leer casi a oscuras es de veras leer para uno mismo. La gente se extraña, me mira perpleja. Las nuevas rutinas me han obligado a tomar nuevos caminos de vuelta a casa y en ellos descubro nuevas caras. Rostro vagamente familiares que pasarán a formar parte de mi estravagario personal. He descubierto que disfruto siendo excesivamente educado con los hostiles. Que una mano en el hombro, un apretón de manos pueden curar tanto como la mejor de las terapias. He confirmado el poder sanador de un abrazo que es dado o recibido sin pedirlo. Que las cicatrices también tienen su cometido. Que dormir no tiene que ser tan complicado aunque soñar se convierta en una hazaña tortuosa especialmente cuando recuerdo lo soñado. He confirmado que hay contadas personas que acompañarán mis pasos incondicionalmente aunque cualquier camino he de recorrerlo a solas. Me he aseverado en la trinchera de estar vivo aunque duela. Aunque no sobren las ganas. Aunque dude de cuánto tiempo más mi disfraz podrá sustentarse.

domingo, 21 de noviembre de 2010

De citas en la playa



Llegas tarde. Llevo más de media hora esperándote en la mitad exacta del paseo marítimo. Y durante los treinta minutos de espera me entretenido en divagar con tus imágenes, con mis imágenes de ti. He comenzado recordando la mañana perezosa de septiembre en la que te vi por primera vez. Relaciones laborales. Relación al fin y al cabo. Pensé que eras linda y tal vez dulce. Pensé que con seguridad causaste daño y  posiblemente también vistieron de caos tus rutinas. Pensé, aleatoriamente,  que odiabas ir de compras y te gustaba el color azul. El caso es que me fuiste dando imágenes de ti para poder componer mi rutina exploratoria. De mis dudas de ti. Fui averiguando que casi nunca tenias prisa pues nadie te espera en casa. Que aún te dueles de viejas fotos y te arrepientes de la sangre, metafóricamente hablando, derramada. Que efectivamente odias ir de compras. Como contrapunto me confirmaste que tu color favorito es el rosa. Recuerdo haber ido conociéndote poco a poco. En cada cita, siempre profesional, solíamos hablar de lo más intrascendente, nosotros mismos. Y yo fui amando poco a poco el trabajo, cambiaba continuamente los turnos para coincidir contigo y con mis imágenes de ti. Una vez me miraste con lástima cuando descubriste mi desamparo. Otras, las menos, pasaban los tres cuartos de hora de nuestra “relación laboral” casi sin cruzarnos una palabra, sin apenas mirarnos. Solo en esas ocasiones en las que el mundo nos azotaba lo suficiente para olvidarnos de nosotros mismos. Recuerdo que una vez acariciaste mi mano y otras te hablaba con los ojos  y te escuchaba. Fue así como he acabado en este paseo marítimo cada vez más superfluo y paradójico puesto que nadie pasea aquí.
Llevas más de tres cuartos de hora de retraso y sin embargo sigo esperándote, paciente. Durante este tiempo he pensado en lo que habría de decirte, en lo que habríamos de hacer para ser felices o intentar parecerlo. Después de este cigarro volveré a casa.
Ojalá hubiera recordado invitarte a esta cita en la playa.