sábado, 25 de junio de 2011

DE CINCO PALABRAS


A este ritmo voy a tener que asumir que soy el contrasentido de mi profesión. Un escritor que no escribe. Que disparate. Llevo más de un año sin enhebrar más de tres párrafos seguidos. Quince meses, para ser más exactos. Quince largos meses en los que he hecho lo imposible por inspirarme. He probado todas las opciones que antes me estimulaban. Incluso he vuelto a recurrir a las drogas. Las duras y las menos duras. Pero nada, nada en absoluto. Todo el mundo se habrá olvidado de mí a estas alturas. Publiqué mi segunda y última novela hace dos años. La primera fue un éxito absoluto lo que me llevo a escribir unos cien cuentos cortos de los que publiqué ochenta y cinco para pasar sin pena ni gloria en el mercado editorial. Es curioso “mi peor libro” es del que más orgulloso estoy. No perdí el ánimo y publiqué una segunda novela que atrajo a mis antiguos lectores y volví a ser esa eterna promesa literaria que vive a pie de calle. “Ese hombre normal que se cuestiona más de lo que debiera”

“La memoria es tan frágil como fuerte es el marketing del producto” dijo mi editor la semana pasada “Por eso vamos a reeditar una antología de tus cuentos cortos. Así que pronto tendrás que darme algo nuevo para lanzar automáticamente después”

Vi como mi rostro emblanquecía de horror en el espejo lateral del despacho. Más presión a mi desecada inventiva. ¿Cómo podría superar este bache? No tenía nada decente que entregarle en un plazo breve. De camino a casa me paré cada cinco minutos para observar todo a mí alrededor. Busqué algo que me inspirara. Podría escribir sobre la chica que espera el autobús o tal vez sobre el chico que desde el bar de enfrente la mira y sonríe. Puede que surgiera una interesante historia romántica de un posible encuentro entre ambos. Puede que incluso ya hallan compartido más que un café.  Decido sentarme en la cafetería, tomarme un té y tomar notas. Podría también incluir en mi relato a ese anciano de la mesa de enfrente que alarga su chocolate con churros desde hace más de dos horas. Su mirada refleja inequívocamente que va matando el tiempo de un modo tranquilo. Podría escribir que está casado desde hace decenios y su mujer lo esperará en casa para comer o puede que recientemente halla enviudado y la breve pero aparentemente sincera conversación con  el camarero sobre el tiempo y política sea su único espacio de sosiego de si mismo cada día. Atención a esa joven madre. No tendrá más de veintitrés años, cuatro hijos y el indudable atractivo físico de una mujer joven. Sin duda con tan numerosa prole habrá un marido o pareja trabajando. Puede que Oscar, así se llamaría el esposo, tenga una aventura con la chica de la parada de autobús. Puede que en lugar de ir al trabajo haya ido directo al hotel de segunda donde ha quedado con Clara pues así se llamaría la chica de la parada. 

Todo esto es papel mojado. Puede que ya no tenga nada que decir, que la empatía me haya abandonado. La verdad es que en los últimos meses, aun a pesar de encontrarme más sosegado y tranquilo, me cuesta un mundo salir de casa. Me encuentro cómodo en la guarida. Seguro. Puede que ya haya cumplido mi básico instinto de expresarme o simplemente me he dado cuenta del decadente poder de las palabras y les tengo cierta aversión desde entonces. “no eres lo que esperaba” cinco sencillas palabras que lo sentenciaron todo. M. no se molestó en embalar sus libros. Solo volvió a casa a por su ropa interior y sus vestidos. Ni una nota. Ni un mensaje. Solo cinco palabras. ¿Podrán cinco palabras incubar una novela?