domingo, 23 de enero de 2011

De conocidos y amaneceres


La habitación de hotel amanece tranquila, silenciosa e impersonal, tal como la dejaron la noche anterior. Afuera llueve pero un disidente sol asoma por el resquicio de la persiana que no tuvieron tiempo de bajar. Ella despereza su cuerpo bajo las mantas, dispara un bostezo cargado de esperanza y frota sus ojos con enérgica determinación. Él sin embargo lleva más de cuarenta minutos despierto, recostado sobre el cabecero de la cama, fumando. Se sucede el siguiente dialogo:

-          Siempre podemos hacer como si no hubiera pasado- rompe el silencio Él. 
-          O podemos asumir la realidad. No la quieres- concluye seria Ella, tras una rigurosa tregua de mutismo de cuarenta y cinco segundos. 
-          La quiero, la quiero mucho. Nuestro error; mi error, tan solo ha sido hacer de las dulcísimas costumbres un hábito, una rutina. Rutina. Curiosa palabra contradictoria. 
-          La rutina es solo eso, rutina- Ella da una larga calada a su cigarro- repetir mecánicamente un acto hasta hacerlo tuyo. Un automatismo. ¿Puedes explicarme que tiene de contradictorio un automatismo? 
-          En ocasiones la rutina puede simular orden. Control sobre tu propia vida. 
-          Y asumamos la realidad- intenta zanjar la conversación ella- no la controlas, por eso no estás enamorado de ella. 
-          Esta infinidad de matices, de posibilidades me abruma. No puedo dejarla sin más y huir contigo. No creas que no he fantaseado con la idea pero sabes que tengo dos hijos. 
-          Sobrinos míos por cierto y yo tía orgullosa de ambos. De los dos. Gracias al cielo no han salido al padre- acto seguido Ella apaga con furia el cigarro sobre el plato que hacía las veces de cenicero improvisado.-          ¿Qué dirían vuestros padres? La familia, en el trabajo, mis vecinos. Pequeña,-siempre había llamado así a su cuñada- creo que tengo miedo. 
-          El miedo te hizo arribar por primera vez en mi cama. Puede que nos amemos o puede que nos confundamos con la soledad que nos hizo encontrarnos hace ya once meses.

Inexplicablemente, y sin apenas darse cuenta, cada uno se encuentra en un extremo de la cama. El silencio, tenue e intermitentemente interrumpido por las mujeres del servicio de limpieza, se apodera de la habitación 2810. Doce minutos de mirarse sin palabras, de escuchar el repiqueteo de las gotas de lluvia en la ventana. Él ya ha encendido un cigarro, levantándose para mirar por la ventana, al que da caladas pausadas en el quicio de la misma. Cuando Ella recoge su escueta ropa interior y se sienta de espaldas a Él, solo un sollozo tranquilo rompe la mudez que los inunda. Otros doce minutos de sinfonía atópica. Él, cada minuto más roto y asustado sentencia por última vez:

-          Siempre podemos hacer como si no hubiera pasado.

sábado, 8 de enero de 2011

De saltos a la pata coja


Aprenderemos a calibrar las derrotas
desde tu boca a mi cansancio,
desde el dedo pequeño de tu menudo pie
al blasfemo rumor de mi almohada,
aprenderemos a despertar a la hora adecuada
sin temor a no cumplir ni un solo sueño soñado
lucharemos contra el mundo,
tomaremos como enemigo hasta nuestro reflejo,
dando sentido a la circular trivialidad
de estar
tan solos y tan juntos.