domingo, 24 de octubre de 2010

De monologos y contratiempos



-         - Aún me quedan los recuerdos. Puedo rememorar cada vez que se me antoje las imágenes más tiernas de mi niñez. Mis primeros castillos de arena y sus consecuentes derribos, ya fueran accidentales o deliberados. No me cuesta en absoluto recordar el rostro de la primera mujer con la que me acosté. Pelo castaños, grandes ojos marrones subrayados con una sonrisa tierna pero que al mismo tiempo irradiaba una especie de suerte peligrosa. No me gusta esta calle. Ya no. Recuerdo que cuando era niño toda esta zona no era ni tan siquiera un proyecto de zona residencial sino un terreno árido y tosco donde los niños jugábamos a indios y vaqueros, policías y ladrones o a los médicos. En aquellos tiempos en que la imaginación era el mayor bien de ocio al que podía aspirar un niño las profesiones eran un tema recurrente. Ya sabe. Como le iba diciendo recuerdo con nitidez hasta su mismo aroma. Clara, se llamaba. Y recuerdo el vestido violeta que lució en mi graduación. Soy abogado ¿sabe? Bueno debiera decir más bien era, me jubilé hace ya unos cuantos años. Ese vestido violeta me enloquecía. Clara solía acompañarlo de un broche en el pelo de forma indefinible pero que le aportaba un carácter más maduro. Le confería seriedad al rostro. Seriedad en continuo combate con su sonrisa ¿le he dicho que tenía una sonrisa cautivadora? Ah! y le encantaba el merengue. Solía ir a casa de sus padres con una bandeja repleta de ellos. Es curioso como los hechos acontecidos en nuestra etapa más temprana nos marcan más intensamente que los ocurridos hace unas semanas. Puede que la distancia los hagan ser más poderosos por aquello de la melancolía o la nostalgia o puede más bien que el tiempo nos conceda una tregua a los ancianos y a estas alturas de la vida podamos hacer y deshacer los recuerdos al antojo para guardarlos por última vez en el cajón de la memoria de un modo cómodo, accesible. ¿está casada señorita? Que estúpido, es aún joven. En mi época nos casábamos bien temprano. Era el único modo de escapar del hogar familiar. Un trabajo y una esposa, bendito pasaporte. Yo estoy felizmente  casado desde hace 56 años, creo. Ya perdí la cuenta. ah…Clara, a ella resulta imposible olvidarla. Señorita, ¿Es cierto eso que pone en el cartel luminoso de que esta es la última parada? 

-          - Sí, sin duda. Extrarradio- contesta la chica contrariada- ¿Se encuentra bien?
-          -  Que contratiempo. Otra vez no recuerdo donde vivo.

viernes, 22 de octubre de 2010

De cargas y silencios


“No llevaré esa carga en mi conciencia” sentencia Él con gesto tímido, abrumado por el silencio del lugar. Aun a pesar de encontrase rodeado de gente cada uno va a lo suyo. Nadie se relaciona. Gran colección de soledades reunidas. Nadie mantiene una conversación por intrascendente que sea. Él la mira con las mandíbulas apretadas. Haciendo esfuerzos inútiles por no decirle algo que suene impertinente mientras recuerda nítidamente el primer beso, las primeras charlas al amparo del té, los primeros amaneceres abrazados. Las primeras fotografías semi-profesionales bajo el escenario espontáneo e improvisado de las calles  de su anciana ciudad. Las cientos de horas muertas en la cama desvistiendo trivialidades juntos. Él enumera mentalmente cada fallo, cada error consciente, todas y cada una de las veces que ella frunció el ceño por su causa. Hoy que ella no le da ninguna respuesta no puede hacer más que escapar de tierra firme y pasear por los recuerdos. Los recuerdos con ella. Los recuerdos de ella. Piensa que cuando llegue a casa no tendrá más remedio que sentarse a escribir. Aclararse. Tiene que salir de allí. Escapar de esa falta de comunicación. No. No llevará esa carga. No volverá a preguntarle si le ama. Él deja de mirarla y como accionado por un invisible resorte se da media vuelta. Avanza unos siete torpes pasos y no puede evitar reparar en el imponente cartel de la entrada. Tanatorio-cementerio municipal. “Tantos lugares recorridos juntos y desde hoy solo un sitio para reencontrarnos”

miércoles, 20 de octubre de 2010

Acabó la tormenta


Acabó la tormenta. Será que posiblemente el cielo no rompa a llover. Será que una ambulancia atraviesa la avenida que hay debajo de casa. Los últimos borrachos del bar de la esquina vuelven a sus casas con nuevas promesas de planes de antemano cancelados. El matrimonio que vive enfrente ha dejado de ver la televisión, sin hablarse como siempre, para ir a dormir a su habitación en la que no puedo ni debo espiar porque el pudor no me lo permite. Será que el camión de la basura está por llegar para arrojar las mentiras pero el caso es que acabó la tormenta y vuelvo tan vencido como antes a la cama. Menos perdido pero más precario arrojo las ganas de despertar en un rincón y rememoro los antiguos desvelos antes de dormir. Pasó la tormenta. Pasó el sudor que queda a medias. Pasó el oportuno aliento y quedo yo, tan solo y gris como cuando creí o quise estar enamorado. Pasó todo y queda tanto por llegar que no sé si tendré horas para estar despierto.